La poesía en las revistas
Poiesis, creación. Poeta, el creador. El hacedor por antonomasia. Cada poema, un mito. El mito que es constancia de la memoria perdida. Recordar lo que no es. Ir sabiendo lo que no se sabe. Decir finalmente: creo que ya lo sabía. Recobrar el pensamiento al recobrar la palabra. Bien podríamos decir que la poesía es un mundo, otro estadio de este mundo, construido con palabras; que entre dos mundos, éste y aquél, el poeta ejerce una relación, un acto de nueva lógica, porque al fugarse hacia aquel otro mundo va a operar una sustancia de conocimiento. Sin embargo, tal operación no es tan simple, ya que para fundar ese acto de conocimiento, el propio poeta ha entendido que este mundo de aquí puede ser incomprensible, supuesto que el total de palabras de que se dispone resulta insuficiente para nombrarlo. Irónicamente las palabras cotidianas no alcanzan para nombrar aquello que para lo cotidiano resulta innombrable. Y es que el mundo, lo sabemos, no es fijo, sino que se construye constantemente y en consecuencia, por ser la lengua la guía para lo que conocemos como la realidad, ella misma, la lengua, se mueve y, al moverse, se reconstituye. O se hace transparente o se opaca. Por lo general se opaca. Y por lo tanto, el mundo puede perderse. Habitamos un mundo perdido. Somos los perdidos, los inconscientes. que andamos agarrándonos a las palabras para no perder el rumbo del mundo, de la vida. Eso es lo que creemos.
De tanto usar algo se gasta. El valor se pierde, como una moneda que, de tanto ir de mano en mano, ha perdido sus efigies, los dígitos de sus nominaciones. Quién sabe si los significados del mundo puedan estar, entonces, más allá de las palabras cotidianas. De ese mundo que así nos hemos prohibido, las palabras ya casi no dicen nada, de tanto haberse apoderado de nosotros, porque la lengua es pensamiento. ¿Cómo señalar el mundo entonces? ¿cuál debería ser la referencia? ¿cómo nombrar para ser entendido? Acaso la lengua, luego de asumir primeramente la función de herramienta para señalar el mundo que el hombre tenía delante de sí; y luego de apoderarse del mundo, se apoderó del pensamiento de sus mismos creadores, los hombres. La causa se hizo cosa y viceversa.
En el siglo XIX alguien dijo de fundar la república de las letras. Manuel Altamirano y sus amigos quisieron tal vez formar parte de un mundo ideal: entrar a la cosa pública con el suficiente merecimiento de las letras. Tenían razón. Ese México sin rostro del siglo XIX debía tenerlo. Designar era la tarea. Una cosa nueva debe contar con sus propios señalamientos. Los neologismos. Si atamos esta idea a la de que tenemos un mundo que no podemos comprender por la insuficiencia de la lengua, una insuficiencia resultado de que ha sido la propia lengua que se ha apoderado de las mentes de los hombres. Pensamos a partir de los lineamientos de la lengua. La lengua nos escoge para manifestarse y no nosotros a ella. Quien habla es entonces la misma lengua, pues el pensamiento humano no puede ir más allá. Y esa es precisamente la tarea del poeta: nombrar. ¿Nombrar qué? Para ello, y por la misma razón, ha de esquivar la influencia de la lengua, porque él es quien debe hablar y no ella. El mensaje ha de ir en el sentido inverso para que tenga un preciso grado de credibilidad. Descubrir la lengua en la poesía, entrar en ese mundo hecho de palabras, es por lo tanto re-descubrir el mundo y con él mirar el rostro de nosotros que está del otro lado.
Mas la lengua es un producto de los hombres y su función social, incluso psíquica, es precisamente señalar, atar significados a sus propios signos para que se produzca una correcta comunicación. El poeta niega entonces esa lengua cotidiana y gastada por el uso para darle su nuevo y preciso valor. La poesía se convierte así en la posibilidad más correcta de la lengua cuando su creador la niega al removerla de sus cimientos vulgares, gastados. En la poesía la lengua tiene ya otro valor, otra ética lingüística. Lo de todos ha de ser de uno solo para luego volar en el sentido inverso. Funda primeramente un acto de precisión comunicativa cuando el mundo que observa parte de sus palabras y no a la inversa. Negar la lengua pero valerse de ella para decir, he ahí el recurso, la facultad. Ir hasta la otra orilla y volver con ese significado. Aunque ir hacia el otro lado implica entrar en un acto doloroso, porque el arte es inconformidad, búsqueda por el camino de las negaciones. El dolor de la sangre.
El mundo verdadero, por lo tanto, es el marcado por la precisión de la nueva palabra, o connotación, o figura poética, o magia, o como se le llame. Pero tal vez, si nos dedicamos a leer poesía, esa nueva lengua habrá de apoderarse de nosotros y los poetas del futuro habrán de volver a la vieja lengua para decir del mundo con claridad y precisión. La tarea es la renovación para encontrar siempre la validez en la dialéctica. ¿Cuál mundo sería entonces?
La poesía es el ideal que describe el real. Así deberíamos hablar para verle al mundo sus recovecos. La poesía habla con la verosimilitud de las emociones, que han llegado a partir de la remoción de los sentidos. Finalmente vendrá un reflujo inconsciente que tendrá qué ver con la idea, con el mensaje. El acto comunicativo poético es un acto finalmente intelectivo, ya que mueve o remueve una idea o una visión del mundo. Esa es la complejidad que el poeta tiene que saber manejar, un lenguaje que niega la palabra, pero que la usa revertida para entrar por los sentidos hasta llegar, así de rápido, a la emotividad, que es una precisa forma de lo que se pudiera llamar la inteligencia emotiva. Hablar idealmente para ver en la idealidad del mundo la más real de las maneras. Negar para afirmar y viceversa. En donde no se ve es donde se ve. Donde parece no decirse es en donde realmente se dice. Por eso la poesía, entre otras cosas, resulta ser un acto de fascinación. Un acto preciso.
No podemos negarla, pues al hacerlo la afirmamos. Es por eso, principalmente, que una revista de literatura, y en ocasiones ni siquiera de literatura, no puede prescindir de la poesía, que es un acto indispensable, un acto que viste a una revista. Las palabras de los poetas, a querer que no, truenan, retumban, le dan la soltura y la ingravidez de que se ha hablado a una revista. Si no vemos poesía ahí, en ese acto aparentemente efímero que es una revista, porque una revista así lo parece, un acto efímero de la literatura, es preciso decirlo, si no vemos poesía ahí, nos parecerá incluso denso el asunto ese de simplemente hojear (ojear), con hache y sin ella. Porque también la poesía en las revistas sirve a la utilidad del acto del diseño, inclusive en eso. Un poema flota en el papel, se mece cuando mucho, como la música, no atiborra. Centra la atención, el objetivo de los ojos. Chispazo, látigo para salirse del mundo y entrar a la profunda palabra.
Los poetas fueron los primeros en atisbar el mundo en el otro lado. Al describir los primeros mitos estaban descubriendo el mundo. Homero, Anacreonte, Safo, Sófocles, Dante. El mundo son los deseos. El hombre no es el que se ve, sino el que no se ve. Los poetas nos han enseñado a observar hasta allá. Y si ellos llegaron los primeros, ahí deben permanecer. Las demás cosas, los otros asuntos, no los dejarán salir. La revista literaria, pareciera el deseo de la poesía por su intento de llegar a los más de una manera más inesperada, casi accidental, como el encuentro del hombre con la palabra que encierra al mundo renovado, limpio. Y es que también se parece al poema en que insinúa una facilidad a simple vista; es rápida, pero contundente. Se va pronto de las manos, pero se ha quedado. La forma y el contenido que se corresponden. No se puede quizás, leer un libro en un café, pero sí un poema en ese café o en la parada del autobús. Miro al mundo mientras pasa el mundo. ¿Acaso puede vivir un cuerpo sin su espíritu?, ¿ser un hombre sin su interno rostro? Los lingüistas dirían que la palabra poética crea su propio significado sin pasar por la cosa, que su referente sería el propio significado, el nuevo significado conllevando sus propios signos.
Tierra baldía, la nuestra, tiene nombre de poema, y nos gusta eso. Ese nombre de poema nos obliga a abrir la página con la poesía para entrar al mundo de las palabras, aunque los demás textos ya no sean poesía. Aunque los demás textos también sean poesía. Si pudiéramos solamente publicar poesía para acabar de entender que una revista de literatura es tan contundente como la apariencia que tiene de rapidez. Fácil viene, fácil se va, pero queda tan profunda, como si fuera un acto amoroso, como esos amores tan breves que no se olvidan, que duran por toda la eternidad. La revista literaria, con el sello de la poesía, tiene asimismo una gracia agregada que viene a emparentarla con las bebidas etílicas: reúne a los poetas, un reto verdaderamente terrible, aunque reunidos en la revista ya no se puedan ir nunca más.